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La mujer detrás del título
Enelia Caviedes Pérez
Por: Margarita Bohórquez
A la señora Enelia nada le impide disfrutar de la música colombiana, ni siquiera el hecho de estar perdiendo la audición. Llegó a Ibagué un 19 de septiembre de 1960 y se enamoró de la ciudad capital, del folclor, la gente, y la cultura. Colecciona cancioneros y recuerda con gran nostalgia el tiempo en que perteneció a los coros del Tolima viajando por Europa difundiendo nuestra música, misma que sigue defendiendo en su compromiso con la radio.
Es hija de Adam Caviedes y María Onofre Pérez ambos de Teruel, Huila. Es la única hija de seis hermanos y la primera en involucrarse en el mundo de la comunicación. Pero así no fue como comenzó. Estudió administración y era funcionaria de la DIAN en Teruel cuando a los 19 años la trasladaron a Ibagué y con ella se trajo a sus hermanos para que terminaran sus estudios. Luego, se unió a los coros del Tolima, que la llevaron a recorrer Europa en dos ocasiones, fue ahí donde encontró que no podía seguir ignorando lo que sentía al estar cerca de un micrófono.
Por ello, se fue a Bogotá, al Ministerio de Cultura a presentar dos exámenes, y así conseguir la licencia profesional para hacer radio. El primero sobre conocimientos generales, era difícil porque le pedían hablar de compositores de todo el mundo como Wolfang Amadeus Mozart. El segundo consistía en simular como si trasmitiera un concierto en el Teatro Colón, en este se evaluaban las pausas, la entonación, la lectura, la pronunciación y por supuesto la voz. Sus resultados no fueron alentadores, el primer examen lo había pasado, el segundo no y con eso no podía obtener la deseada licencia.
Pero la joven Enelia no se dio por vencida, se fue para el Conservatorio del Tolima, donde tenía contactos gracias a los coros, habló con el director Alfredo Hering. Le contó su situación y solicitó ayuda, el director que era alemán le dio una amplia información y libros de los compositores y ensayó con ella la pronunciación de los nombres. Gracias a eso presentó de nuevo el examen y obtuvo la licencia de locutora. Al poco tiempo consiguió trabajo en Ecos del Combeima.
La rutina de la joven Enelia era despertarse a las 4 de la mañana, vestirse y salir para Ecos, trabajaba por más de 4 horas sin desayunar; fue así como en tono de broma le dijo a su director Camilo Rafúl si le patrocinaba el desayuno, él le respondió con brusquedad que los locutores estaban para trabajar y si no era capaz de cumplir, que entonces era mejor que se retirara del trabajo. Enelia se retiró cabizbaja y triste, pero en ese momento se cruzó con el que sería su gran compañero del alma, su magnánimo maestro y amor de toda la vida, Antonio Rocha Peñaloza.
Antonio Rocha era un hombre culto y ordenado, un locutor con gran habilidad y dedicación, un amante de la fotografía y de coleccionar música y vehículos a escala. No era un ibaguereño de nacimiento, pero se enamoró de la capital musical.
Enelia conoció a Rocha durante una fiesta del Día del Locutor en la Voz del Nevado, y cuando él vio que se encontraba afligida por su trabajo, decidió ofrecerle un puesto en la Voz del Tolima. Desde entonces compartieron más que una profesión, un amor. La joven locutora lo buscaba cuando necesitaba ayuda ya fuera en su labor radial, o en sus asuntos personales. Juntos trabajaron en programas como Cantante del Año Voz del Tolima y Futuras Estrellas de la Canción. Él era galante y detallista, le regalaba a Enelia casetes de boleros y bambucos los cuales adora. Ella recibía el regalo y lo abrazaba, el detalle por si solo era lo que la tenía fascinada.
Se respetaban como compañeros de trabajo y como novios. Nunca se casaron, según Enelia para no dañar la bonita relación que tenían por culpa de la rutina del matrimonio. Tampoco tuvieron hijos. Él le enseñó todo sobre la radio, como entonar la voz y leer. Fue su regalo de Dios. Él nació para ella y ella nació para él, afirma Enelia.
Vivieron así 35 años hasta que la muerte prematura de Antonio Rocha la sorprendió una mañana del año 1993. Ella lo esperaba para dar inicio a las actividades que tenían programadas para ese día, extrañada por su tardanza le notificó a la familia de Rocha. Fue así como Luis Ernesto, hijo de Antonio, se dirigió al apartamento, ubicado en la calle 15 con Segunda, cuando llegó al tercer piso, notó que el bombillo de la habitación estaba encendido, cuando entró lo encontró muerto en su cama, había sufrido un infarto.
Superar su muerte no fue fácil. Enelia pasó por una etapa de mucha tristeza, durante esa época habían muerto sus padres y un hermano, por lo que le costó seguir adelante, Antonio y ella habían compartido todo, incluso cuando ya han pasado más de dos décadas desde su fallecimiento, se le humedecen los ojos al hablar de él. Fue su alma gemela y su mayor amigo. Incluso consideró el hecho de abandonar la radio y dedicarse a otro mundo, y lo hizo, por un tiempo, la televisión. No obstante, sus compañeros de la radio le rogaron por su regreso a la radio. Y luego de una larga insistencia así lo hizo. Después de recordar lo que le había enseñado Antonio, decidió volver con toda su fuerza a los micrófonos de la capital musical.
Y es que en su carrera, Enelia siempre se destacó por su gran amor a la música colombiana y la difusión de la misma. Como cuando empezó en la Voz del Tolima, donde el director Nicolás González Torres le propuso encargarse del programa de los niños, Festival Infantil. El programa consistía en que los niños de diversas veredas aleñadas a Ibagué cantaran en coros, y con ayuda de un patrocinio se ganaban el peso Farina, con ese peso eran capaces de comprar un montón de golosinas como chicles y colombinas, incluso compraban un boleto para entrar al Teatro Tolima. Enelia trabajó en el programa durante 20 años, y se esforzó siempre de que los chiquillos llegaran a amar la música tanto como ella lo hace. Esos niños ya son adultos, pero siempre ocuparán un espacio en el corazón de la locutora.
Hay otras cosas que guarda con afecto. Tiene un cuarto lleno de recuerdos que conserva con amor y cuidado, como un barco a escala, regalo de Antonio cuando fueron a Cartagena. También atesora cancioneros, casetes, revistas, fotos, periódicos, premios y un radio de la década de los años 50 que aún sirve, pero debe conseguirle pilas. No bota nada, aun con la insistencia de otros. Es una colección valiosa, es más, la de periódicos llegó incluso a salvar a un muchacho que iban a acusar de una infracción en Melgar, la prueba de que el joven había sido exonerado de esa acusación estaba en un viejo periódico que Enelia, por fortuna pudo encontrar a tiempo.
En su colección de música no existe solamente la colombiana, también conserva y disfruta de piezas cubanas y francesas. Sin embargo, la colombiana es la que siempre, desde chiquita, ha admirado, sobre todo la de grandes maestros como Carlos Julio Ramírez. No cabe duda de que es una melómana, que por desgracia está perdiendo el sentido de la audición. Aunque eso no impide que siga adelante con su trabajo como locutora, nada lo hará, ni siquiera la muerte; porque su trabajo lo heredarán solo aquellos que tengan el mismo interés y dedicación que ella ha demostrado a lo largo de toda su carrera.
Enelia se ha ganado el título de la Dama de la Radio Ibaguereña. Detrás de ello hay una mujer enamorada de una ciudad donde no nació, de una música que compartió en Europa, de un hombre amante de la radio y la fotografía, del folclor y de los niños de la capital musical. Es una mujer que ha enfrentado múltiples adversidades pero las ha superado y ha demostrado ser todo un ícono de la ciudad musical. Hay que gritárselo ahora que podemos, antes de que deje de escucharnos.
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