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Juan Carlos Escobar Montoya: De las tomas fotográficas a las tomas guerrilleras

 

Por: Nicolás Amado 
Alrededor todo era frio, nubes y oscuridad. La única herramienta que proveía luz era el celular que llevaba Juan Carlos en la mano. El posible camino solo conducía a la desorientación y al bosque nativo de las cumbres nevadas. La idea era fotografiar en toda su magnitud al Tolima, pero no hay nada más grande que la oscuridad.
Cuando Juan Carlos y el guía decidieron iniciar el ascenso el sol todavía estaba ahí, iluminándolo todo. Sin embargo, 15 minutos después la naturaleza los fue envolviendo entre nubes que borraron cualquier paisaje y ocultaron en un instante la ruta. Más allá, detrás de las nubes, el ocaso. Con las primeras horas de la noche, la neblina se cubrió de negro y luego todo fue penumbra.
Lo único que les decía a Juan Carlos y al guía dónde estaban, ahora que no tenían ruta –ni linterna-, era la luz del celular. Con el paso de las horas los dos se adentraban sin saberlo en el bosque húmedo del Parque Nacional Natural de los Nevados. Simultáneamente el frío, el temblor incontrolable y la somnolencia advertían que esta vez  los minutos marchaban hacia atrás, y que de seguir así, la hipotermia provocaría que el reloj de la vida llegara a cero.
Con ese temor, los dos caminaron por entre reques, musgos, y helechos, hasta que al cabo de 5 horas Juan Carlos y el guía vieron la luz. Ahí estaba, casi imperceptible e inalcanzable, tenue como la luz de una vela y sobre todo sin camino aparente que condujera a ella; pero ¿importaba que no hubiera ruta?, ¿acaso en algún momento hubo ruta? En el instante en que apareció la luz los dos decidieron convertirla en su estrella de Belén y ascender hasta un potrero enmarcado por una cerca alambrada, signo inequívoco de presencia humana en la zona.
La cerca estaba construida con alambre y madera a lo largo y ancho del potrero, fue esta la primera ruta que Juan Carlos y el guía encontraron desde que se perdieron. Mientras recorrían su camino, fueron divisando un rancho, ubicado justo en la mitad de la planicie, y cuya luz aún se encontraba encendida. No obstante, tan pronto como ellos llegaron el rancho quedó a oscuras.
Con la seguridad de saber que alguien habitaba el lugar, los dos caminantes emprendieron una serie de gritos pidiendo ayuda mientras se acercaban a la propiedad. Gritaban sin parar, aun cuando el frio era más intenso, se acercaban cada vez más, orientados por la figura apenas visible del rancho. Cuando ya no quedaba mucha distancia, alguien encendió la luz.
  • ¿Qué quieren? - Preguntó una voz al interior del ranchito-.
  • Estamos perdidos, no sabemos dónde estamos. -Contestaron-.
Poco a poco la puerta de la casa se fue abriendo, y atrás de ella estaba un campesino desconfiado que preguntó:
  • ¿Cuántos son ustedes?
  • Somos dos, yo soy periodista y él es mi guía, estamos perdidos –Contestó Juan Carlos-.
Una vez más, identificarse como periodista le sirvió a Juan Carlos para salvar su vida. Ya lo había hecho, cuando era enviado por el diario ibaguereño El Nuevo Día a registrar con su cámara fotográfica la destrucción que dejaba a su paso la guerrilla de las FARC al tomarse municipios y corregimientos como Atáco, Anzoátegui, Puerto Saldaña y El Totumo.
Con su cámara registró, por ejemplo, la toma guerrillera al corregimiento de El Totumo, el 30 de agosto de 1996. Llegó allí a las 11:00 de la noche, luego de tomar el chaleco de reportero de El Nuevo Día, una motocicleta del periódico, un compañero de trabajo y sobre todo después de desobedecer a su jefe.
Juan Carlos sabía desde antes de las 10:30 de la noche que las FARC habían entrado al Totumo, lanzando granadas y disparando contra el puesto de policía. Tan pronto como se enteró se lo notificó a su jefe, quien dio la orden de no ir hasta que la toma no hubiese acabado.
La orden, por supuesto, cayó en saco roto.
¡A ver camine!
  • ¿Y si nos joden? –contestó el compañero.
  • Hágale que eso no pasa nada.
Cuando Juan Carlos y su compañero Néstor llegaron al sector conocido como Mirolindo vieron las luces producidas por las explosiones, que iluminaban de tanto en tanto parte de la montaña. Algunos metros más adelante se encontraron con algunos militares quienes le aconsejaron no subir hasta el corregimiento, por la gravedad de los hechos. Juan Carlos giró con rapidez la motocicleta a la derecha, aceleró y siguió.
 
Hicieron una pausa en la vía, para discutir un asunto que antes ni siquiera trataban de imaginar: cruzaban el puente o no. Era el último puente que faltaba cruzar para iniciar el ascenso directo al casco urbano del Totumo, pero era tan probable que estuviera dinamitado, que el temor de intentar atravesarlo estaba ahí, haciendo lo que el director del Nuevo Día y los militares no lograron; detener a dos periodistas que querían cubrir una toma guerrillera. La orden esta vez la dio Néstor:
-Sigamos.
El puente, por fortuna, no fue dinamitado. El casco urbano de El Totumo estaba ya frente a sus ojos, y era sólo cuestión de minutos entrar. De no ser por los hombres vestidos con camuflados, fusil en mano y en el brazo derecho la bandera de Colombia, quienes estaban plantados justo en la mitad de la carretera.
Uno de los hombres ordenó a Juan Carlos apagar la motocicleta y descender de ella, con su acompañante. Luego preguntó hacía donde iban. Juan Carlos contestó: -Somos periodistas, venimos a cubrir la toma-. El hombre sacó su radio y se comunicó con otro a quien llamó comandante. La intención era, según escuchó Juan Carlos, quitarles la motocicleta.
-Con la prensa no se metan-. Sentenció el comandante.
Para la prensa la orden fue clara: no podían tomar fotos. Así que a los periodistas les tocó ver como salían de uno en uno los 10 policías de la estación, sin uniforme, sin bastón de mando, sin fusil, apenas en calzoncillos, para luego ser subidos a una de las 3 volquetas en las que llegaron los guerrilleros al Totumo. Eso sí, sin tomar una sola foto.
Tan pronto arrancó la volqueta los guerrilleros que quedaban en el Totumo lanzaron disparos y granadas, acabando de una vez por todas  la casa de bareque que fue hasta ese momento la estación de policía. Al terminar, se subieron a las dos volquetas restantes y se fueron.
Con los primeros minutos de silencio empezaron a salir los habitantes aturdidos y atemorizados, caminaban en silencio mientras veían el caos y la destrucción que habían dejado las FARC. Entre las gentes iban Juan Carlos y Néstor, tomando nota y ahora que no estaban las FARC, fotografías.
Se dirigieron a la masa de escombros que era ahora la estación de policía. Entraron teniendo cuidado de no caer, caminando a paso lento por entre las latas, las sillas, las ventanas y las puertas que se encontraban en el piso. Veían gracias a que el flash de la cámara servía de linterna, sin embargo sólo alcanzaron a dar dos pasos más, cuando irremediablemente tuvieron que retroceder.
La luz de la cámara iluminó, además de escombros, un recipiente blanco, conectado a los lados por una serie de cables de color rojo y azul. Los periodistas al verlo retrocedieron lentamente, intentando no ejercer fuerza ni causar movimientos que pudieran activar la carga explosiva, caminaron hacia atrás hasta que al fin consiguieron salir del destruido puesto de policía.
Esa noche, Juan Carlos y Néstor recolectaron información que sería publicada en el diario El Nuevo Día, del 31 de agosto de 1996. Entre ellos estaba el testimonio de un Agente que vivía al lado del puesto de policía, quien relató:
     “Empezaron a hacer disparos y colocaron bombas. Después dijeron que nos perdonaban la vida, que se portaban bien con nosotros”…
…“Nos llevaron a mí y a varios agentes…cuatro o cinco; hace rato nos soltaron y nos dejaron más allá del puente, casi en la cuesta y nos dijeron que nos perdonaban la vida”. 
Mientras Juan Carlos transcribía el testimonio, recibió una llamada del Coronel del Ejército. Primero lo llamó irresponsable por entrar a tomar fotos a un lugar donde el peligro estaba latente. Después mencionó la buena suerte que tuvo al no activar la carga explosiva, que estallaba a través de censores de luz.
La línea entre la vida y la muerte sería después una vieja conocida para Juan Carlos. De hecho, en 1996 cubrió también la toma guerrillera al corregimiento de Anaime, en Cajamarca. En la noche, los periodistas de El Nuevo Día se enteraron de la noticia y de inmediato Juan Carlos comenzó a alistar la cámara, el chaleco y el carro del periódico que los llevaría al corregimiento, salieron antes de la medianoche.
Faltando 2 kilómetros para llegar a Anaime se encontraron con miembros del Ejército Nacional, quienes les aconsejaron no pasar y devolverse de nuevo a Ibagué, por el riesgo que representaba para sus vidas entrar. Juan Carlos miró al conductor y le dijo:
  • Devuélvase usted, y yo bajo por este barranco, y salgo ahí más adelante.
Así lo hizo, se bajó del carro descendió por una colina y tomó un atajó que le permitió evadir al Ejército. Caminó hasta que se encontró nuevamente con la vía que conduce directamente al casco urbano del corregimiento.
Cuando llegó a Anaime, a eso de las 5:30 de la mañana, vio que en la plaza principal un comandante guerrillero que se dirigía a sus subalternos. Aminoró la velocidad con que caminaba, y se plantó en un lugar desde el cual pudo ver como el grupo se subía a una volqueta y se iba, dejando atrás una estación de policía destrozada.
Juan Carlos esperó un momento, asegurándose que ya no había guerrilleros en el lugar. Después de unos minutos, salió, y se dirigió hacia el parque principal. Algunos habitantes hicieron lo mismo, convirtiéndose todos en una masa silenciosa que acababa de vivir el horror.
Estando parado sobre el parque, vio entre los escombros lo que parecía ser un cuerpo, arrodillado y con los brazos abiertos, tumbado justo al frente de la estación de policía,  Sin embargo, notó que detrás de las paredes que aún quedaban en píe se asomaba la cabeza de un hombre vestido con camuflado verde, cinturón, presilla, y símbolos de la Policía Nacional en el cuello de la camisa. Juan Carlos al verlo le gritó:
  • ¡Salga, que ya no hay guerrilla!
  • ¡Tengo miedo! –Contestó desde los escombros el hombre.
  • ¡Tranquilo, yo soy periodista, ya la guerrilla se fue!
  • ¡Tengo miedo, tengo mucho miedo y de pronto me joden!
  • ¡Fresco que ya se fueron!
El hombre no contestó más, empezó a salir lentamente, tapando su cara con un pasa-montañas, avanzó hacia adelante observando la destrucción que lo rodeaba. Cuando al fin salió de entre los escombros se arrodilló frente al cuerpo de los brazos abiertos, se echó la bendición y lloró. En ese momento Juan Carlos tomó la foto. Espero un rato más y habló con el policía sobreviviente, la respuesta de este lo enmudeció:
  • A ese muchacho, yo lo maté, era él o yo.
Juan Carlos espero un poco más de dos horas para preguntarle: ¿Cómo lo mató?
El policía recordó entonces que la toma había iniciado entre las 12 y 1 de la mañana. Luego de combatir por más de dos horas las municiones empezaron a agotarse y él no contaba con más de 5 proyectiles, las bajas eran innegables y el puesto de policía estaba ya semi-destruido, los rayos y relámpagos anunciaban que se acercaba una tormenta. Él optó por esconderse detrás de un pedazo de pared que aún no había caído. Desde allí escuchaba y veía cómo el comandante guerrillero ordenaba robar los fusiles de los policías muertos, escuchó también cuando advirtió que detrás de la pared había un “chulo” muerto a quien faltaba robar el armamento.
Uno de los guerrilleros giró hacia la derecha y comenzó a acercarse a la destruida estación de policía, se subió encima de un montón de escombros y se estiró para robar un fusil del cuerpo de uno de los policías, cuando un relámpago iluminó la escena, el policía disparó. El impacto del proyectil lanzó al guerrillero hacia los escombros, y de inmediato el comandante da la orden de lanzar cilindros bomba a la estación, pero ellos al igual que la policía no tenían municiones.
De nuevo en la redacción presentó la crónica y la fotografía a la que llamó “Guerrillero Muerto”, en el diario una compañera periodista reconoció que la foto, si se inscribía a concursar podía ser la ganadora de algún premio de periodismo. Pero a Juan Carlos en realidad no le importan los premios. No obstante, la compañera la inscribió al premio Círculo de Periodistas de Bogotá. La fotografía quedó finalista en la modalidad de fotografía y se disputó el premio con El Tiempo de Bogotá y El Espectador, al final el premio se lo llevó Juan Carlos Escobar de El Nuevo Día por la foto “Guerrillero Muerto”.
El premio no era lo importante, era lo que se lograba con el trabajo que lo hacía merecedor de ellos. Por eso cuando en 2006 ganó el premio Semana-Petrobras lo que importaba era que los niños del Tetuán tendrían al fin un puente por el cual cruzar.
Juan Carlos los había visto cruzar el río Tetuán en Ortega-Tolima. Eran 50 niños aproximadamente que se descalzaban, se quitaban el uniforme y se lanzaban al rio corrientoso para poder llegar a la escuela. Por días la imagen se mantuvo en la mente del periodista, que al cabo de unos días inició el trabajo de investigación, que lo llevó a las veredas en las cuales además de los niños vivían los indígenas.
Allí, encontró que en realidad eran entre 150 y 200 niños los que todos los días se reunían para ir a la escuela y cruzaban el rio. Encontró historias de niños que murieron ahogados y otros a los cuales la corriente les arrebataba los libros y cuadernos. El puente además era promesa obligatoria del alcalde de turno.
Entre las personas con las que habló estaba Alfonso, a quien Juan Carlos pidió el favor de avisarle en cuanto el río estuviera crecido. De hecho, por aquellos días la temporada de invierno iniciaba y la probabilidad era alta.
La llamada llegó a las 10 de una noche de octubre, su amigo, conocedor y descifrador del lenguaje de la naturaleza le anunció:
  • Carlos el río se va a crecer.
Salió de su casa, pensando en que tal vez el viaje iba a ser en vano. Pidió a un periodista de Tolima 7 días el favor de acompañarlo y a las 11:00 de la noche ya los dos iban en el automóvil con rumbo a Ortega-Tolima.
Llegaron al municipio a las 3 de la madrugada, y en efecto el caudal del río aumentaba, aunque todavía se podía cruzar sin mayor dificultad. Juan Carlos lo hizo, y caminó más de una hora para llegar a las veredas en las cuales vivían los niños. A las 5 de la mañana los niños iniciaban su trayecto, acompañados de las bolsas plásticas en las que echaban sus cuadernos. Detrás iba él fotografiándolos.
Los fotografió cuando cada uno comenzó a quitarse los zapatos y las medias, después se lanzó con ellos al río, para poder tomar las fotografías. Los niños formaban una cadena humana que en últimas lograba que la fuerza de la corriente no los arrastrara, Juan Carlos en algún momento pensó que era inútil luchar contra el agua, puesto que ya el río lo estaba arrastrando, ahí alzo su mirada y vio a una niña con los cuadernos sobre la cabeza, y con su cámara todavía sin mojarse capturo la imagen.
Las fotografías fueron enviadas a El Tiempo con el escrito que había hecho, el periódico destacó la nota y en los días siguientes se encargó de averiguar quién había tomado las fotos y en qué lugar. A Ortega comenzaron a llegar periodistas de El Tiempo, RCN y Caracol que querían contar nuevamente la historia.
Ese mismo año el entonces presidente Álvaro Uribe Vélez delegó a la Ministra de Educación para que tomara cartas en el asunto. Luego, la Ministra delegó al Ministro de Obras y Transporte para que realizara los estudios pertinentes. El entonces Presidente anunció a través de los medios de comunicación que había un monto de 6000 millones de pesos para la construcción del puente. En un principio se pensó en hacer un puente de tipo peatonal, pero después de socializar se acordó que sería de tipo vehicular.
La idea de que los premios son lo de menos ahora cobraba sentido: -lo más satisfactorio es que les construyeron el puente a los niños del Tetuán, señala  mientras anuncia que está preparando un documental que contará con la participación de sobrevivientes de las tomas guerrilleras. Él mismo es un sobreviviente.

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